Algunos apuntes para un diseño en futuros posibles

 

Columna por Pedro Álvarez Caselli | Diseñador, PhD | Escuela de Diseño UC

Hace dos décadas atrás, que no es tanto, el escritor y teórico del diseño John Heskett planteaba como válido el siguiente enunciado: “El diseño consiste en diseñar un diseño para producir un diseño”. En efecto, el fraseo es correcto y considera, primero, el diseño como “concepto o campo general”; luego, como “verbo o acción”; a continuación, como “proyecto, prototipo o maqueta” y, en su último uso, como “producto final”. Sin embargo, el enunciado en cuestión presenta un par de problemas: primero, se refiere más bien al desarrollo de un producto, dejando de lado otras posibilidades como el diseño de sistemas, servicios o estrategias; por otra parte, no considera el declive en el ciclo de vida del producto y lo que ocurre cuando este se transforma en desecho. Es una definición sugerente pero, en cierta medida, responde al ideario del diseño moderno, centrado en el proceso de diseño como algo lineal, con énfasis en la forma y en el problem solved.

Ciertamente, no se trata de que las y los diseñadores no tengan que resolver problemas o que no los hayan resuelto antes (es asunto ineludible del ejercicio profesional).
El punto es que el diseño, un hacer, una profesión y un área del conocimiento dialogante con muchas otras disciplinas, ya no se limita solo a “problemas de diseño” en ambientes exclusivamente tecnológicos, digitales, industriales o al ritmo de la pura innovación. La incorporación de las necesidades del usuario al proceso de diseño ha ampliado la perspectiva centrada en el objeto que se impugna en el inicio de este artículo, pero el asunto no queda meramente ahí. Si tomamos como ejemplo el diseño de una exposición, que implica una cierta dimensión escenográfica, de escenario, no basta con considerar solo las necesidades del expositor y el usuario o público asistente. Cobra valor también todo aquello que rodea el evento y otorga sentido a los intereses de las personas involucradas en atención a asuntos como las condiciones medioambientales, sociales, políticas y económicas. Hay entonces una maraña de asuntos tras esta escenografía en la que el diseño también tiene implicancias.

Así, poner acento en las formas de conocer, pensar y actuar mediante el diseño produce conocimiento en base a la práctica. En este sentido, también es posible concebir la práctica del diseño como un modo de indagación y no solamente como un asunto de competencias profesionales o de un dominio disciplinar particular, lo que permite situar el foco en el “proceso de diseñar” además de en los “diseños” y los “diseñadores”. Pensar en estos términos  puede ser un manera más inclusiva de ver el diseño pensado en la emergencia de comunidades cada vez más numerosas y atomizadas en un proceso de cambio de paradigma y, por cierto, de crisis.

Sin ánimo de pretender un tono mesiánico, la pandemia ha sido catalizador de una operación de formateo de nuestras prácticas, coyuntura que subraya múltiples agencias, dependencias y relaciones en la vida cotidiana ahora más que nunca asistida por algoritmos, en un panorama actual de migración de los objetos desde y hacia una dimensión virtual. En efecto, desde hace ya varios años que algunos problemas de definición del diseño están online y en ciertos programas, y por lo tanto la “sabiduría” de la disciplina se ha tornado pública dado el conocimiento y uso abierto de determinados softwares que han reemplazado funciones antes privativas del hacer del diseñador. Ello, en un momento de reemplazo vertiginoso de funciones humanas y de reseteo en los modos de hacer.

Un año antes de los dos grandes asuntos de cuidado que remecieron al país -el estallido social y el Covid-19- y lejos de nuestras fronteras, ante la pregunta ¿Si tuvieras la oportunidad de diseñar cualquier cosa, que harías? el arquitecto mexicano Alberto Kalach respondió: un planeta. Parece extraño, pero es algo que ya se comienza a evidenciar en el trabajo de diseñadoras y diseñadores, quienes a través de diferentes acciones y estrategias buscan hacer del mundo un lugar más habitable y armónico, ya sea desde el ámbito público, empresarial o privado y el personal. Diseñar para el planeta en un contexto de múltiples escenarios futuros -y no un solo futuro- nos lleva a observar las diversas señales y contingencias que ocurren en el presente para construir escenarios para las historias del mañana. De hecho, los diseñadores somos buenos en eso: observar.

En este contexto, cabe preguntarse como nos planteamos como diseñadores en estos escenarios cambiantes y de diseño flexible en tiempos de agilidad y necesidad de anticiparse a la incertidumbre ya que la pandemia de Covid-19 nos ha obligado a repensar el estilo de vida actual. Aquí cobra sentido la idea de una experiencia situada, de pensar en “diseños del sur”, o de otros diseños, que emergen desde nuestra realidad cultural y social pero que se proyectan en un escenario ampliado, global e interconectado en el cual el diseño se hace cargo, cada vez más, de problemas complejos.

Y es aquí donde estos desafíos se presentan ante el diseño: la sostenibilidad como reclamo, la automatización a una escala nunca antes vista, la indexación y digitalización de los seres humanos, el habitar del futuro, las nuevas tecnologías ecológicas, etc., lo queimplica redefinir campos de acción para la disciplina del diseño dado su don de la ubicuidad. En un mundo aparente de “no-cosas” y desmaterializado, según Byung-Chul Han, es deber del diseño su compromiso de conectar con el mundo real; como decía Victor Papanek hace ya medio siglo en su clásico texto Diseñar para un mundo real, el diseño está en todas partes y requiere de una ecología humana y de un cambio social.

 
 
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